Madrid, 26 de noviembre de 2025
La inteligencia artificial lleva meses instalada en nuestras conversaciones y todavía nadie tiene claro si ha venido a ayudar o a cambiar el mundo. Lo cierto es que ahora todo es IA. O dice serlo. Presentaciones comerciales, notas de prensa, webinars, herramientas que hace seis meses eran simples automatizaciones… todo ha sido rebautizado. A veces parece que estamos ante el nuevo metaverso, solo que esta vez con mejor marketing y una promesa de impacto económico mucho más tangible. Ahora bien, ¿estamos ante una revolución real o ante una alucinación colectiva?
Empecemos por los números. Según IDC, el gasto global en tecnologías habilitadoras de IA superará los 749.000 millones de dólares en 2028. En Europa, la inversión en transformación digital alcanzará los 1,2 billones de dólares impulsada, en gran parte, por soluciones de IA. Y en España, el mercado crecerá este año un 37,5% hasta los 2.872 millones de euros. Difícil hablar de burbuja cuando las previsiones de inversión siguen subiendo trimestre tras trimestre.
Y, sin embargo, conviene introducir algo de realismo. El último Barómetro de Indesia revela que solo el 2,9% de las pymes españolas utiliza hoy soluciones de inteligencia artificial. Un dato que invita a preguntarse cuánta IA hay realmente en el tejido empresarial y cuánta hay únicamente en los titulares. Porque una cosa es que el gasto crezca, y crecerá, y otra que las organizaciones estén preparadas para absorber, mantener y escalar esta tecnología.
Aquí entra en juego el talento. Es innegable la falta de formación en nuevas tecnologías de los trabajadores e incluso un 74% de las organizaciones reconoce que carece de capacidad suficiente para implementar y mantener soluciones de IA. Es decir, el mercado avanza con fuerza, pero los equipos avanzan con la lengua fuera. Sin profesionales capaces de construir, evaluar y sostener estos modelos, la supuesta revolución puede convertirse en una sucesión de pilotos eternos, pruebas inconclusas y proyectos que “se quedan en intenciones”.
Ahora bien, también es cierto que la IA puede convertirse en un imán de talento. Los perfiles jóvenes y los más experimentados buscan trabajar en proyectos innovadores, con impacto y proyección. Implantar IA no solo mejora la productividad: mejora el atractivo de una empresa en un mercado laboral cada vez más competitivo. Si queremos retener profesionales ambiciosos, necesitaremos tecnología ambiciosa.
Por otra parte, tenemos que hablar del dato. Más del 55% de la información generada por las organizaciones se pierde en menos de dos semanas. No porque desaparezca, sino porque no se etiqueta, no se gobierna o simplemente no se utiliza. Y una IA alimentada con datos incompletos, inconsistentes o mal gobernados no es más inteligente: es simplemente más rápida tomando decisiones erróneas.
Aun así, la IA está consiguiendo despertar una conversación necesaria sobre responsabilidad. No podemos permitirnos una IA que sea una carrera individual, ni para empresas ni para instituciones. Necesitamos una visión compartida, corresponsable, que entienda que la tecnología no tiene sentido si no está al servicio de problemas reales y de personas reales. No se trata de automatizar por automatizar. Se trata de usar la IA para anticipar necesidades, optimizar procesos, personalizar experiencias y darle al cliente algo que lleva años pidiendo: tiempo y relevancia.
Porque si miramos al consumidor español, ese usuario cada vez más digital e impaciente que Infobip analiza periódicamente, queda claro que las expectativas han cambiado. Un 50% valora la personalización y un 20% la considera muy valiosa. Pero un 16% la percibe como invasiva. La línea entre “útil” y “demasiado” nunca fue tan fina. Además, un 48% confía en la IA para tareas simples como el seguimiento de pedidos, pero solo un 13% confía en ella tanto como en una recomendación humana. Otro 13% no confía en absoluto. La conclusión es evidente: la IA gusta… pero con límites.
Y aquí entra el sector del retail, especialmente ahora que el Black Friday se ha consolidado. El reto no es adoptar tecnología, sino integrarla bien, sin fricciones y sin perder la cercanía que caracteriza a tantas pymes españolas. La IA puede, si se usa con cabeza, liberar recursos, automatizar tareas repetitivas y permitir que la atención humana esté donde realmente aporta valor: escuchar, empatizar y resolver.
Los canales conversacionales también juegan un papel clave. WhatsApp, RCS y la mensajería enriquecida están redefiniendo la forma en la que las marcas interactúan con sus clientes. Y la combinación de estos canales con IA abre la puerta a una experiencia inmediata, relevante y fluida que el consumidor ya no solo desea, sino que exige.
¿Entonces? ¿Estamos ante una alucinación o ante el principio de una nueva etapa?
Probablemente un poco de ambas. La IA ha generado expectativas casi imposibles de cumplir a corto plazo, pero también está impulsando la mayor transformación tecnológica en décadas. Su valor no dependerá de la potencia de los modelos, sino de la madurez con la que sepamos aplicarla.
Las decisiones que tomemos hoy marcarán la diferencia entre sumarnos a la ola o ver cómo nos pasa por encima. La IA no es magia. Pero tampoco es humo. Y quizá la mejor manera de evitar que se convierta en una alucinación colectiva es empezando por tratarla como lo que realmente es: una herramienta poderosa que exige preparación, responsabilidad y algo tan poco tecnológico como sentido común.
Alvaro Ansaldo, Country Manager de Infobip Iberia





